domingo, 1 de mayo de 2011

GLORIA DE SER MISIONERO (Por: Rev. Luis M. Ortiz)

Ninguna empresa en el mundo confronta tantos obstáculos como la Obra de Dios; pero también es cierto que ninguna otra empresa en el mundo obtiene más triunfos y victorias con resultados eternos que la Obra de Dios.
Ninguna tarea en la Obra de Dios es más obstaculizada, combatida, perseguida, menos reconocida y menos recompensada que la Obra Misionera en los campos extranjeros. Desde que una persona dice que tiene llamamiento para ir a un país extranjero, empieza a ser mal entendido, mal querido, obstaculizado, combatido y perseguido.
Cuando sale al campo misionero, abandonando su hogar, su ambiente, sus amistades, se encuentra solo, olvidado, enfrentándose a los más duros trabajos, sin estímulo oportuno, sin los medios adecuados, sin los fondos necesarios. Tiene que pasar semanas sin comer, sin los compañeros de siempre, fatigado por la indiferencia, acosado por la nostalgia, herido por la ingratitud. Cuando regresa a su país, donde cree encontrar un poco de aliento y comprensión, ya allí es como un extranjero, ha sido relegado, se mira con sospecha y desconfianza, se le trata con desconsideración y hasta se considera una amenaza…
Si nada hace, le falta acción.

Si algo hace, se extremó en la acción.
Si nada dice, le falta expresión.
Si algo dice, no tiene razón.
Si regresa joven, perdió la visión.
Si regresa maduro, no tiene ocasión.
Si regresa anciano, para el paredón.
Todas estas cosas que para el superficial, el aprovechado y el ambicioso son desventajas que desprecia y rehuye; para el verdadero misionero son precisamente sus glorias, sus riquezas, su caudal. Glorias, riqueza y caudal que no cambia por las posiciones ni las jerarquías de los que menosprecian y hostiga. 
El verdadero misionero no podrá ser otra cosa. Su vida y actividades giran en torno a ese llamamiento y a esa pasión. El verdadero misionero todo puede soportarlo, menos el que quieran desviarlo de su vocación divina. El verdadero misionero está dispuesto a las grades renunciaciones, menos a renunciar a su llamamiento. El verdadero misionero sabe que Dios le ha llamado, y su llamamiento y ministerio está por encima de hombres y cosas. El verdadero misionero vive su misión; y la misma es “impuesta necesidad”  la cual no puede regir ni abandonar. El verdadero misionero comprende que la tarea suprema de la iglesia es la evangelización del mundo, y hacia ese fin ha dedicado y rendido su vida.  El verdadero misionero no antepone ningún otro interés o relación al supremo interés de la salvación de las almas y a la indispensable relación con su maestro, a quien ama, sirve y obedece.
Por estas firmes convicciones y poderosas razones es que el verdadero misionero no puede ocultar ni callar, tiene que sufrir, pero esas son sus glorias, pues el discípulo  no es mayor que su señor. Como a su señor, también le juzgan y le visten con ropas de la crítica malsana.  Le escupen con las palabras del agravio. Le hacen cargar su cruz del descrédito. Le sepultan en la tumba del menosprecio y el olvido.
Pero así como su Maestro resucitó al tercer día, el verdadero misionero resucita todos los días, porque todos los días le juzgan, le crucifican, le sepultan, cumpliéndose así real y diariamente las palabras de aquel otro gran misionero, el apóstol Pablo, quien escribió: “Estando atribulados en todo, más no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; abatidos, mas no pereceremos. Llevando siempre por todas partes la muerte de Jesús en el cuerpo, para que también la vida de Jesús sea manifestada en nuestra carne mortal. De manera que la muerte obra en nosotros, en vosotros la vida”.
Cuando Alejandro el Grande preguntó al sabio griego Diógenes: “¿Qué quieres de mí?”, éste respondió: “Yo nada, que no me quites el sol”. El apóstol Pablo, dijo: “Las cosas que para mí eran ganancia, las he reputado pérdidas, por amor de Cristo… y lo tengo todo por basura, para ganar a Cristo”.
Por eso, el verdadero misionero que sigue las huellas de su Maestro, tiene que expresar:
Poco importan las riquezas
Nada importan posiciones
Ni me inquietan ilusiones
De prestigio y de grandeza. 
Si hay halagos no me afectan
Ni me alteran las calumnias
En el crisol de la alcurnia
Arde todo lo que viertan. 
A todo he renunciado
Con todo os podéis quedar
Es mejor con Cristo estar
Aunque sea crucificado. 
Yo me quedo con las glorias
De la cruz del Nazareno
Lo demás me es ajeno
Y lo tengo por escoria.
¿Obispo, rey o galeno?
¿Tener gloria terrenal?
¡Yo prefiero la eternal!
Gloria de ser Misionero!

1 comentario:

  1. Gracias por este hombre de Dios que es de ispiracion a la juventud y a los matrimonios comprometidos con Dios y su obra

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