domingo, 1 de mayo de 2011

LA ORACIÓN, NECESIDAD DE INTERCESORES (Por: Rev. Luis M. Ortiz)

En Deuteronomio 9:18-19, leemos: “Y me postré delante de Jehová como antes, cuarenta días y cuarenta noches; no comí pan ni bebí agua, a causa de todo vuestro pecado que habíais cometido haciendo el mal ante los ojos de Jehová para enojarlo. Porque temí a causa del furor y de la ira con que Jehová estaba enojado contra vosotros para destruiros”.
Aquí vemos a este gran hombre de Dios, Moisés, tan sobrecargado y preocupado por causa del pecado de su pueblo y por el inminente peligro y castigo que sobre ellos se cernía, que él lanzó al aire todas sus cuestiones personales, su comodidad, su salud, su vida, y cayó postrado interponiéndose ante la amenazante justicia divina por cuarenta días, hasta que prevaleció.
Amados, reverentemente, podemos decir, que el Dios infinito y todopoderoso, jamás cruzará para castigar,  ni pasará por encima de un hombre postrado en humillación, ruego, súplica, e intercesión, a favor del pueblo. Esa es la oración que detiene el brazo de Dios para castigar, y que mueve el brazo de Dios para salvar.
En el tiempo de Moisés, el pueblo rechazó a Dios, y se hizo un becerro de oro para adorar. También hoy día la inmensa mayoría de la humanidad ha rechazado a Dios para hacerse “becerros de oro”. Dice Pablo: “…Habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos… y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles… y la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres…pues los que practican tales cosas son dignos de muerte… por lo cual eres inexcusable… y por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo”
Todo el pueblo de Dios, aunque diseminado por toda la tierra, y frecuentando distintas iglesias, puede y debe ser uno en el Espíritu, uno en la fe, y uno en el Amor. Como un gran ejército unido en oración intercediendo por la condición mundial. Unido clamando por misericordia para detener el brazo de la ira de Dios, y mover el brazo del amor de Dios.
En los tiempos del gran profeta Elías, una prolongada sequía azotaba el país, y este gran varón de Dios se decidió a orar para que enviara lluvia sobre la tierra. El profeta Elías le dijo al rey Acab: “Sube, come y bebe… y Acab subió a comer y a beber… pero Elías subió a la cumbre del (monte) Carmelo, y postrándose en tierra, puso el rostro sobre las rodillas”.
El rey Acab subió a comer y a beber, y comió y bebió como rey, pero el verdadero rey de la situación fue aquel gran hombre de Dios, Elías, que con su oración, ayuno e intercesión, postrado con su rostro en tierra, movió el brazo de Dios para que abriera las ventanas del cielo y enviara lluvia en abundancia sobre la tierra.
Hoy día también hay los que de nombre son reyes, tienen grandes títulos eclesiásticos, poderosos, presidentes, ministros, obispos, presbíteros, supervisores, superintendentes, pastores… que comen y beben como reyes, pero que los que verdaderamente mueven el brazo de Dios para detener el mal y para promover el bien y la obra misionera, son aquellos que agonizan sobre sus rodillas en oración e intercesión. Estos son los verdaderos reyes en la presencia de Dios, estos son los verdaderos grandes, estos son los que tienen un lugar de honor ante los ojos de Dios.
Amados, es tiempo de buscar a Dios, es tiempo de orar.

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